viernes, 14 de septiembre de 2007

lo que no se cuenta o escribe

Lo que no se cuenta en los medios publicitarios.

Toda la verdad sobre el gigante chino
Si le gusta la globalización, no se queje cuando China arruine su negocio

¿Es la globalización un proceso imparable? Parece que sí. ¿Hay que quedarse con los brazos cruzados cuando los productos chinos invaden el mundo, aunque sean fabricados en condiciones infrahumanas y contaminantes? No. Para eso existen las reglas del juego: fabriquemos todos en las mismas condiciones. Pero he aquí la gran contradicción. Las empresas occidentales tienen unas normas estrictas de horarios laborales y son multadas por contaminar el medio ambiente. Mientras tanto, China hace dumping social y económico, con jornadas diarias de 16 horas e industrias contaminantes. Y Occidente hace la vista gorda porque así puede comprar productos muy baratos, productos que arruinan a muchas empresas occidentales como textiles o juguetes. ¿Cómo salir del atolladero?


CARLOS SALAS
Pasta de dientes, neumáticos, pescado, alimento para mascotas y ahora juguetes. En los últimos meses han aumentado las denuncias mundiales contra los productos chinos que por su mala fabricación han resultado nocivos o peligrosos para los consumidores. Pero en realidad se trata de una vieja historia, porque desde la apertura económica impulsada por Deng Xiao Ping, a finales de los años setenta, China se ha convertido en “la fábrica del mundo”. Es capaz de vomitar productos en masa en poco tiempo y a unos precios tan bajos que los hace irresistibles, a pesar de su dudosa calidad y de que a veces origine sustos a escala mundial. Ese modelo económico basado en precios bajos se debe a su vez al empleo de millones de personas con salarios muy bajos y jornadas laborales que duplican las jornadas de muchos países occidentales. Un obrero chino gana entre 100 y 200 dólares mensuales en las fábricas multinacionales instaladas en China (la aristocracia obrera), según cifras oficiales. Eso supone entre un 10% y un 20% de lo que gana de media un trabajador español. Los trabajadores de otras fábricas chinas ganan entre 60 y 80 dólares al mes. Imposible competir con ellos.

Occidente: codicia e hipocresía

Estas incomparables condiciones económicas han tenido dos consecuencias. En primer lugar, doquiera que se han metido las industrias chinas en Occidente han destronado a las industrias locales, como ha sucedido en España con el sector textil. Pero en segundo lugar, ha aumentado el poder adquisitivo de los chinos, y si se considera que estamos hablando de un país de 1.300 millones de habitantes censados (la ONU sospecha que hay 300 millones más sin censar), obtenemos un país de oportunidades para las empresas que quieran vender sus productos en China.

Ambas han sido consecuencias de la codicia occidental, pues, ¿quién se puede resistir a comprar productos textiles chinos a precios tan bajos? Además, ¿quién puede resistir la tentación de fabricar en China a precios unitarios tan pequeños? ¿Y cómo no soñar en hacerse millonario vendiendo productos a los voraces chinos y a una economía gigantesca que despierta de un terrible letargo?

Todo se debe a las dimensiones colosales de China, que rompen con cualquier prejuicio económico y político, y hacen que Occidente olvide sus principios. Porque, al tratarse de un país comunista donde no hay libertad de prensa, donde existen prisioneros políticos, donde cada año se ejecuta a 10.000 personas, que invadió Tibet en 1951 e implantó su dictadura, donde no hay sindicatos libres ni derecho de asociación, y donde no hay democracia ni partidos políticos, en teoría, debería estar sufriendo ahora el mismo embargo que sufre Cuba, o el boicot que en sus tiempos sufrió Sudáfrica por racista.

Lo más sorprendente es que todas esas condiciones aborrecibles, que no serían admisibles en ningún país occidental son las que hacen poderosa a China. Pero ¿quién está dispuesto a meterse con el gigante?

Hay muchos motivos para llevar a China a los tribunales mundiales, sea el de Derechos Humanos o el de la Organización Mundial de Comercio. Por ejemplo, China es la gran pirata universal, pues no respeta los derechos de propiedad intelectual, y copia sin rubor programas informáticos de Microsoft, diseños de Vuitton o Prada, logotipos de Lacoste, películas de Hollywood, relojes suizos, palas mecánicas, productos farmacéuticos y hasta instrumentos agrícolas españoles, todo ello sin pagar un solo dólar de royalty. Copia todo, y lo copia en masa.

Que se sepa, después de decenios de piratería comercial, sólo se ha celebrado en China un juicio por apropiación indebida, pantomima que tuvo lugar el año pasado para contentar las conciencias de los abogados occidentales.

Mimar al Dragón

Occidente no rompe sus relaciones con China ni la somete a un embargo porque no quiere dejar de hacer negocios lucrativos, y porque piensa que es mejor tener al gigante atado para evitar un conflicto de proporciones cósmicas en el futuro. Es la forma de integrar a este gigantesco y temible país en la diplomacia mundial. Los chinos están encantados, y todo el mundo opina que así no darán guerra.

La celebración de los juegos Olímpicos en Pekín, en agosto del año que viene, procedió de una decisión diplomática para que China acelerase sus cambios políticos y así integrarla en el juego mundial, cosa que todavía está por ver. Por ahora parece que las cosas no se mueven en esa dirección, porque este mes de agosto cuatro miembros de Reporteros Sin Fronteras fueron expulsados de China por denunciar la falta de libertades. Este mismo año, el Gobierno chino impuso un código de autodisciplina a los proveedores de blogs como Yahoo o Msn para evitar las informaciones “subversivas”. Ya lo había hecho anteriormente con Google. Y esas empresas se plegaron sin musitar una queja.

Muchos analistas afirman que China está dando pasos lentos pero seguros hacia la normalización democrática y económica. También aseguran que si cayera el Partido Comunista Chino y todo el aparato del Estado, como cayó en 1991 el Partido Comunista Ruso, tendríamos una debacle a escala mundial y un caos de dimensiones inimaginables. Por eso, es preferible que el gobierno comunista chino prosiga sus cambios, sin perder las riendas del poder: 1.300 millones de chinos desgobernados son demasiados. Aun a costa de la represión.

Estos análisis no dejan de tener razón. Pero siempre están asentados en el temor a que despierte el gigante y que despierte con una pesadilla. El peso de China en la población mundial y en el comercio mundial ya es tan elevado que se ha producido el síndrome de Estocolmo, y al final parece que el mundo entero está obligado a confraternizar con los que han arruinado buena parte de sus propias industrias, y que encima lo han hecho rompiendo todas las reglas de juego limpio.

Las consecuencias del crecimiento chino

Pero debido a la voracidad que produce su gigantismo, la economía mundial está sufriendo una serie de movimientos sísmicos de tamaño también sideral. El precio del petróleo, del acero, del aluminio, en fin, el precio de las materias primas se ha ido elevando en los últimos meses debido a la ingente demanda de las fábricas chinas. Es una pescadilla cuya cola da la vuelta al mundo, y que acaba en su propia boca. Las fábricas chinas demandan más materias primas tanto porque Occidente no cesa de hacerle encargos, como por el aumento del poder adquisitivo de los chinos que desean disfrutar de los productos que hasta ahora sólo habían visto en la televisión.

Todo ello ha producido cantidades inimaginables de gases de efecto invernadero. Porque China es uno de los mayores contaminadores del planeta, y está a punto de convertirse en el mayor contaminador, superando a EEUU. Para no poner trabas a su crecimiento industrial, los gobernantes chinos se negaron a firmar el Protocolo de Kioto, aquel pacto firmado hace años en Japón por el cual los países desarrollados se comprometían a disminuir la emisión de gases contaminantes hasta el 2012.

O sea, mientras los países europeos invierten considerables sumas de dinero en energías limpias, lo cual tarde o temprano encarece sus productos y los hace menos competitivos, las empresas chinas tienen patente de corso para contaminar el planeta sin ninguna traba. Eso les permitirá fabricar productos más baratos, y aumentará la distancia en sus costes laborales respecto a Occidente.

¿Y cómo resolver este inmenso crucigrama?

Está demostrado que la movilización planetaria produce efectos planetarios. Es una de las ventajas de la globalización. Miles o millones de personas, empezando por figuras internacionales como actores y cantantes, se han movilizado históricamente para atraer la atención sobre una catástrofe humana o natural. Darfur, Etiopía, Somalia, Honduras, Nicaragua, Perú… La movilización de las masas a través de Internet, conciertos, fotografías de famosos con niños desnutridos, o iniciativas de organizaciones no Gubernamentales, todo ha tenido sus efectos positivos.

Sin embargo, salvo las valientes intervenciones de Reporteros Sin Fronteras, no se conocen muchos casos de movilizaciones contra las condiciones sociales, políticas y económicas implantadas en China. Todo lo contrario: Francia intercede a escala presidencial para vender aviones Airbus, y proteger puestos de trabajo. Lo mismo podría decirse de muchos países como Alemania o EEUU.

¿Es posible domar al gigante?

Pero un movimiento de presión lo suficientemente masivo permitiría a las autoridades chinas tomar conciencia de que tienen que acelerar los cambios, deben equiparar sus condiciones laborales con Occidente, abandonar la piratería, y aplicar unas prácticas mínimas de comercio internacional. A China le interesa mejorar su imagen.

Las últimas campañas contra productos chinos desatadas por la empresa americana Mattel (que denunciaba que millones de juguetes chinos encargados por Mattel eran peligrosos para los niños), han hecho más mella en la conciencia de los gobernantes chinos, que las esporádicas denuncias de los diarios mundiales.

Del mismo modo, se podría denunciar que muchos productos chinos están fabricados mediante condiciones laborales temerarias. Hace años, la fábrica de productos deportivos Nike sufrió una retirada masiva de consumidores, al conocerse que sus fábricas en Pakistán empleaban mano de obra infantil.

Lo curioso es que el Gobierno comunista chino disfruta de cierta tolerancia por el hecho de ser comunista, pues el nivel de las críticas nunca es comparable con el maltrato que ha infligido a su población desde todo punto de vista. China es la mayor exportadora del planeta de órganos de seres humanos obtenidos por medios ilegales, algunos pavorosos, como la extracción sin permiso de vísceras a los presos ejecutados. China es conocida por las espantosas condiciones de sus orfanatos. China se ha ganado la fama de tener los mineros más esclavizados del planeta. China continúa haciendo experimentos nucleares sin control. China amenaza constantemente con misiles al gobierno democrático de Taiwán, la antigua China Nacionalista. China ha asesinado durante los años de gobierno de Mao Zedong a decenas de millones de personas, muchas por hambre.

Por todo ello, Occidente debe modificar su hipócrita sistema de medición de valores, al cual sólo cabría calificar de “tolerancia de geometría variable”. Occidente no tiene miedo de oprimir a pequeños países como Cuba, pero no sabe desafiar a la gran exterminadora de los derechos humanos que es China. No ha dudado en boicotear a Sudáfrica y a sus gobernantes blancos, pero teme dar un paso contra China.

La globalización que ha permitido a China hacerse más rica y poderosa, también debe servir para imponer nuevas reglas de juego a China. Nadie quiere una tercera guerra mundial, como esperan que suceda muchos analistas en este siglo. Sería un hecho de efectos devastadores entre potencias nucleares, y ni la propia China querría ese futuro. Pero si quiere aprovecharse de la globalización, China tendrá que jugar a las reglas del comercio justo y de los derechos humanos, sociales y laborales.
Los cantautores de la globalización deberían tener presentes estas reglas antes de ocuparse de ganar dinero y seguir haciendo negocios con los chinos. Deberían preguntarse por las condiciones en las que se vive y trabaja en China, y denunciar estos métodos antes de predicar que la globalización es un fenómeno imparable.
fuentes:www.elmanifiesto.com.
Me ha llamado mucho la atención sobre este tipo de artículos que de hecho tiene toda la razones del mundo para denunciar la hipocresia del occidente y los mal llamados países civilizados.Hay muchas mas razones de peso para ponerse a temblar ante este gigante dormido.Su gigantismo en materias primas, terrenos, y sobre todo población, le permite hace de todo en poco tiempo.Ningún país del mundo podría pararle los pies.Todos querrán ganárselo para su causa, por intereses estrategicos y políticos es mejor no meterse con ellos.Se impondrá en las supremacía Mundial, todo se andará con el tiempo, recuerden que están en todas partes como hongos.A mi me gusta personalmente su cultura , sus costumbres, su disciplina, y variedad en todo tipo de artes.

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